Dilema moral ganador

Marcos Cabellos Hernández. IES San Isidro. 

El uso de la mascarilla en las clases

Está claro que la pandemia está alterando la vida de todos y que científicos y políticos no encuentran la manera de hacer frente a la enfermedad. Algunas de las medidas son discutidas, como pasa con el uso obligatorio de las mascarillas en espacios cerrados. En el centro educativo es una obligación dentro de las aulas. La mayor parte del alumnado la lleva, pero algunas personas se niegan y procuran no usarla; es más, piden a sus compañeros que hagan como ellos y se la quiten siempre que puedan. Afirman que las mascarillas   son innecesarias y están impuestas, como otras muchas medidas, por intereses ocultos. Consideran que las opiniones de los científicos están siendo mitificadas por los gobernantes y por muchas personas: no es cierto que los científicos sepan bien lo que tenemos que hacer y su ciencia es más un mito que un saber riguroso. Esos científicos trabajan para el gobierno y los poderes ocultos y buscan usar su pretendido saber para justifica medidas de control social y dominación que de otro modo no se aceptarían. Oscuros grupos de poder aprovechan esa ingenua creencia de la gente en la ciencia para controlarnos e imponer su voluntad. 

Si te pidieran que te sumaras al boicot y te quitaras la mascarilla, ¿a quién harías caso?

Lee atentamente el dilema y a continuación responde las siguientes preguntas

1. ¿Qué otras opciones tienes para resolver la situación? Enumera al menos dos opciones más que se te ocurran 

2. Aunque entre las opciones que hayas indicado haya una por la que te inclines con más fuerza, seguramente en ese momento tendrías dudas entra dos opciones fundamentales hacer caso a lo que dicen los asesores científicos o hacer caso a quienes consideran que la ciencia es un mito que no merece nuestra atención.  Entre esas dos opciones, ¿qué razones tendrías para hacer una u otra cosa? 

3. ¿Por qué crees que tendrías dudas? ¿Cuáles son las razones que se pueden dar para cada una de estas dos opciones? 

4. Una vez que has examinado las razones para hacer una cosa u otra, ¿qué harías tú para hacer frente hacer frente a la pandemia? Elabora un breve ensayo en el que digas lo que harías y por qué lo harías, refutando además algunas de las razones en contra de la decisión que has tomado.

Responde a partir de la otra cara de esta línea.

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Lo cierto es que, aunque en apariencia hay dos caminos, podemos tomar muchas otras medidas. Una de ellas es permanecer en casa, como si de una huelga se tratara, lo cual permitirá evitar el uso de la mascarilla si se sospecha de una doble intención y al mismo tiempo evitar propagar el virus. Otra solución podría ser formar una mesa de diálogo en el instituto y tratar de negociar una segregación de los alumnos: aquellos que crean que las mascarillas son necesarias podrán disponer de ciertas aulas exclusivas, al igual que aquellos que creen en la conspiración. Los profesores podrían escoger igualmente, y en caso de que no haya suficientes en un lado, es factible grabarse o hacer una videollamada para hacer como si estuviera presente. Por último, la solución más radical sería pedir el cierre (temporal por supuesto) del instituto, abogando por clases online al completo. Esto evitaría todo contacto, lo que agradecerán los que apoyan las mascarillas, y permitirá a los que no creen en la ciencia dar clase desde donde quieran: su casa, una biblioteca, con amigos…

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Yo me pongo de parte de los científicos y los gobiernos, y se tienen diferentes argumentos: uno de los más poderosos es que el coronavirus no es la única enfermedad del planeta, y si todas las otras se sobrellevan y entienden mejor con ayuda de la ciencia, este virus no debería ser una excepción. Otro argumento a favor sería que el uso de mascarillas no es algo nuevo, simplemente se ha extendido a toda la población. Si antes no había problemas con los que las llevaban, ahora no van a provocar nada más que ligeras rozaduras en algunos casos. Un argumento más a su favor: las mascarillas funcionan. Podemos comprobarlo intentando soplar una vela con ella puesta, y el resultado es sorprendente, no pasa suficiente aire. Si a eso le añadimos que no hay un beneficio claro en obligar a la población a llevar mascarillas incluso aunque fuera en contra de su voluntad, la argumentación parece aún más sólida. Por último, añadir que los gobiernos están controlados a su vez por organizaciones internacionales que complican mucho una actitud despótica de nuestro gobierno.

Sin embargo, los que creen en las conspiraciones también tienen sus argumentos. La más poderosa, el hecho de que la OMS se dedique a alabar a todos los países sin importar las malas condiciones en las que se encuentren por culpa del virus. También es inquietante saber que el comité de científicos sobre el que se apoyaba el gobierno ha sido opaco como el metal, y el confinamiento ha hecho tanto mal a la economía que cabe preguntarse si acaso habría podido ser peor. Y por último, ¿y si todo esto está impulsado por estos líderes que nos han mentido, ocultado datos, maquillado cifras y que son cada vez más autoritarios? ¿No es acaso posible que un grupo con intenciones tan hostiles y con antecedentes tan graves sea capaz de dar un paso más allá? Es un móvil que no se puede despreciar, especialmente en un gobierno mentiroso y con una credibilidad a la baja, que como una bestia acorralada podría intentar un plan desesperado e inmoral para mantenerse en el poder.

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Creo que es una situación muy complicada porque se enfrentan diferentes valores. Por un lado, tenemos la comodidad, la normalidad, aquello que nos han arrebatado y que queremos de vuelta. Enfrentándose a esto encontramos la confianza en la ciencia, que se extiende por toda la sociedad del mundo civilizado. Pero esta confianza también choca con la conspiración, las creencias de que siempre hay alguien detrás de todo, de que los políticos mienten más que hablan y de que nada es como parece. También se le pone en contra las violaciones a derechos tan fundamentales como la libertad y el libre albedrío. Sin embargo, muchos siguen las recomendaciones y leyes porque creen que deben hacerlo por el bien común. En el fondo, a ambos lados de la cuestión tenemos una sola palabra: miedo. Unos porque temen a la

enfermedad, a la muerte. Otros porque temen a la mentira, al futuro distópico.

Pero para aclarar qué es más importante, lo primero es ordenar. En primer lugar, el miedo ha de ser descartado. No podemos permitir que el miedo guíe nuestro juicio, sino la razón, las pruebas y la lógica. Por tanto, la duda está ahora entre la libertad, el individuo, y el bien común, el colectivo. Pero aquí hay una trampa. ¿Y si un individuo utiliza su libertad para proteger el bien común? Es algo que no recordamos a menudo, que los humanos, por muy malo que podamos llegar a ser, sentimos empatía, cariño por nuestros mayores, y no somos pocos lo que estamos dispuestos a pasarlo un poco mal por poder verlos con vida más tiempo , visitarlos en su casa y no en una UCI. Por tanto, creo que no es cierto que la libertad esté de un solo bando, decir eso es como decir que la suerte está solo con unos, una mentira. Ahora enfrentemos la confianza con la desconfianza. No entraré en que la confianza es la base de nuestra sociedad, que sin ella viviríamos con palos y piedras, ni comentaré lo importante que es para todo ser humano el poder confiar en alguien más. Intentaré ser más concreto: en su lugar quiero poner de manifiesto que una cosa es confiar y otra muy diferente es ser un iluso. Confiar consiste en permitir a nuestros políticos actuar, pero investigar por nuestra cuenta. Ser un iluso es aceptar el dogma y olvidar la crítica. Es cierto que gran parte de la investigación está en manos del gobierno, pero la parte privada debería haber puesto el grito en el cielo desde hace mucho tiempo si la cosa no fuera tan grave. Y sin embargo, la pusieron precisamente por que el gobierno no hacía suficiente e intentaba quitarle paja al asunto. Por tanto, es más normal una conspiración que trata de cegar a sus ciudadanos para que les permita seguir con el modelo que les beneficia más (estabilidad que les dé más confianza en las elecciones) que intentar molestar a sus ciudadanos para que sean más cautos de la cuenta e intentar asustarles. Ante un análisis serio, no tiene sentido.

Por tanto, los valores que defiende la opción de llevar la mascarilla no es solo que sean más importantes que los que sostienen lo contrario, sino que algunos de los que deberían sostener la segunda tesis ni siquiera la apoyan en su totalidad.

4.

Yo estoy dispuesto a llevar mascarilla. Así de simple y directo. He investigado ambas opciones durante la cuarentena, y admito que durante un tiempo llegué a pensar que tal vez estaban exagerando medidas, restringiendo libertades, a mi juicio, intocables. Me pareció, y me sigue pareciendo, que ser incapaz de visitar a mi novia y darle un beso de despedida, de poder darle un abrazo a mis seres queridos que viven fuera de las cuatro paredes que llamo casa… Son cosas tan tristes y duras que parecen sacadas de una pesadilla. Y no soy el único que se ha planteado romper las reglas y ver qué pasa.

Pero como he dicho antes, he investigado. He buscado información del virus, aplicado estadística, teoría de números y lógica para comprender el alcance de la pandemia. He mirado, no solo en España, sino a través del mundo, qué ocurría, cómo ocurría, cuando ocurría. Siempre utilizando mis conocimientos previos, siendo crítico, atento a la mínima subjetividad en los argumentos de los periódicos, los gobiernos, y las mismas explicaciones científicas. Y he de admitir, que los negacionistas tienen razón en algo.

Los gobiernos no han sido transparentes. Los poderosos han luchado por esconder, camuflar o maquillar la realidad, y eso es ultrajante. Es triste ver cómo la transparencia se opaca y las organizaciones internacionales se dedican a cuidar de los gobiernos y no de los ciudadanos, como debería ser: tal vez deberíamos replantearnos si las organizaciones internacionales son capaces de detener actos de despotismo de facto y no solo de boquilla. Sin embargo, no debemos caer en la tentación y romperlo todo solo porque nos sentimos heridos: si algo nos ha enseñado esta muestra de patéticos dirigentes en medio de un intento de salvar sus carreras,

es que debemos ser autónomos, críticos. Y con la autonomía y la libertad, viene la responsabilidad, porque la libertad llega: no se puede encadenar al pueblo mucho tiempo sin que explote. Por tanto, cuando acabó el confinamiento, y hasta hoy, ha sido y es nuestro deber ser responsables. Por supuesto que eres libre de no llevar mascarilla, al igual que de ser un criminal, pero resulta que el resto de las personas tiene la misma libertad de apartarse de ti, de desconfiar, de marginar. Porque si quieres ser un lobo solitario, no esperes los cuidados de la manada, que te pide cuidar de tus mayores y ser responsable de tus actos.

¿Pero y si las mascarillas nos convierten en esclavos sin voluntad? Eso es como pensar que los zapatos nos dejarán cojos y los libros nos harán perder inteligencia: pseudo ciencia, invenciones. ¿En qué le beneficiaría a un dirigente despótico como el que pintan una sociedad encadenada y consciente de sus cadenas? Él querría una sociedad completamente ingenua, completamente ciega o encerrada y aterrada. Y ponernos mascarillas no cumple ninguna de esas funciones, sino que sus consecuencias son todas positivas: detener la expansión del virus si lo tenemos, y en el caso de modelos más potentes, evitar incluso su entrada a nuestro organismo. Sin embargo, no llevarla y creer que el virus que ha matado a familiares cercanos, que ha dejado a conocidos llorando (porque yo al menos he vivido la experiencia de saber de fallecidos que conocía, y no es mentira) es tan cruel como creer que un asesinato puede ser una muerte accidental porque no quieres creer que tu peor enemigo sea el testigo y esté en el bando de los buenos. No, el virus existe, las mascarillas, aunque no sean perfectas, ayudan a mejorar la situación (no son un artilugio precisamente complicado: como decía antes, he investigado, se componen de una tela que detiene el aire y las partículas a nivel microscópico y poco más) y el estar en contra de ellas está tan injustificado como ser antivacunas: está demostrado con modelos matemáticos, con estudios científicos de toda índole y, aun mas importante para los más desconfiados, empíricamente: que alguien nombre a alguien que conozca que infectó a otro, los dos con mascarilla. Ni los estudios ni las manos se alzan a responder, y aquellos que lo hacen suelen ser refutados rápidamente por la comunidad científica. Ni el negacionismo ni los antivacunas tienen otra base que la mentira y la manipulación, a diferencia de la base lógica, empírica y comprobada de los científicos.

Soy consciente de lo doloroso de la situación. Soy consciente de lo injusto que es. Entiendo la frustración que causa saberse gobernados por incompetentes. Pero la solución no es el libertinaje, la conspiración y vendarse los ojos para no ver la realidad. La solución es llevar la mascarilla, el gel y la guardia siempre alta. Podemos por tanto concluir que las conspiraciones que señalamos con el dedo son solo aire y palabras, rumores, nada más, y que la mascarilla y el resto de las medidas de seguridad son, en su mayoría, útiles y beneficiosas. Quejarse de nuestro deber nos hace inmaduros e innobles, y nosotros no queremos ser eso, sino valientes, luchadores y vencedores. Podemos hacerlo. Porque esto pasará, y todos queremos estar en el bando de los que hicieron bien: nuestros valores más importantes son la libertad, la familia, el bien común… Y podemos ser fieles a nuestros principios, fuertes y maduros como humanos del siglo veintiuno: miremos nuestro alrededor, al avance tecnológico, a la mejora de nuestras vidas. ¿Vamos a dejar de creer todo eso por conspiraciones?. Estamos escribiendo historia. La mascarilla no nos ata las manos, así que escribámosla con buena letra.

Disertación ganadora

Lucía Berganza Carrasco, Kensington School.

¿SERÍA BUENO PRESCINDIR DE LOS MITOS?

Es una verdad innegable el hecho de que los mitos, entendidos como relatos ficticios utilizados como explicación a sucesos del mundo real – ya sean meteorológicos, naturales o de distinto carácter-, siempre han estado presentes en la sociedad. Desde la mitología clásica griega a los mundos mitológicos actuales con origen en la industria cinematográfica, la potente e indudable presencia de los mitos a lo largo de nuestra historia como humanos ha sido y es uno de los pocos constantes en el mundo de constante cambio y desarrollo en que vivimos. Proporcionan, en numerosas ocasiones, una vía de escape del mundo de real, una forma de evadirse de todo lo mundano y sumergirse en un universo diferente al propio, donde las posibilidades son ilimitadas. Si los mitos han trascendido de tal forma en la historia de nuestra especie, ¿deberíamos prescindir de ellos?

Sin rastro alguno de duda, el pensamiento mitológico tal como se daba en la Antigua Grecia, es decir, la explicación a hechos del mundo que les rodeaba utilizando historias carentes de lógica ha quedado casi obsoleto. Sin embargo, sí se conserva hoy en día una gran parte –ilógica al igual que los mitos- cultural en cada nación, la religión. Tal como dijo Marx, “La religión es el opio del pueblo”, haciendo así mención a cómo la gente vivía sumida en su Fe, cómo se había convertido en su forma evasión terrenal durante un periodo de crisis en la historia. Bien pues en nuestra sociedad actual, se está dando un proceso notablemente parecido, no sólo con la religión –que también- pero más recientemente con los nuevos universos mitológicos nacidos en estudios de Hollywood y similares. Al igual que los griegos buscaban una explicación a las ocurrencias de su alrededor en historias ilógicas de dioses y ninfas, la sociedad del s. XIX buscaba la evasión y posibilidad de un mundo mejor en la religión, nosotros, las nuevas generaciones tecnológicas buscamos respuestas y consuelo a nuestra vacía vida en universos ajenos al propio, como por ejemplo el de las películas de Harry Potter. Buscamos creer en algo más, estamos ansiosos por saber que lo que hay no es lo único, sedientos por calmar nuestra sed de felicidad y plenitud del alma en otros mundos para no caer en la monotonía vacía existencialista. ¿Cómo podríamos prescindir de los mitos y universos mitológicos si son, en muchos casos, la única fuente de felicidad y consuelo ante el despiadado y frío mundo en que vivimos?

Es mi humilde opinión el hecho de que los mitos juegan y ha jugado un papel protagonista en la cultura actual, moldeándola en su camino de desarrollo que la ha llevada hasta lo que conocemos hoy en día. De acuerdo con el filólogo francés Georges Duzémil, “Un país sin leyendas se moriría de frío”, refiriéndose a la desnudez que provocaría en la cultura de cada pueblo que se les retirara la cómoda y necesaria manta de mitos, cuentos, leyendas y universos paralelos bajo la cual han estado sumidos desde tiempos inmemorables. Cabe destacar como, en los relatos mitológicos, se encuentra un punto de unión entre integrantes de un mismo pueblo, partícipes de una misma cultura, un lazo trascendental, que no entiende de conflictos bélicos ni mundanos, ya que ambas partes han crecido creyendo los mismos relatos y, muy probablemente, educarán a las futuras generaciones de la misma manera. 

Este punto de unión de tan destacable fuerza, esta comunidad que se crea a raíz de creencias compartidas es muy difícil, por no decir casi imposible, de encontrar en ningún otro lado. Casi ni entre familias, amigos y conocidos se podría llegar a dar este vínculo tan notable si lo único que hubiera entre integrantes fuera amor y cariño. Desafortunadamente, al fin y al cabo el amor es sólo un sentimiento más, y, si entre nuestros conocidos y nosotros mismos no hubiera algo más que amor, amistad o cariño, si realmente no existiera un vínculo cultural debido a la compartición de ideas mitológicas y trascendentales, ¿nos habríamos juntado con ellos? ¿De verdad sería nuestra relación con ellos igual y tan fuerte y perenne si no nos uniera algo más allá? ¿Si no hubiera mitos y creencias más allá de lo terrenal?

Por otro lado, siguiendo la ética kantiana, un mundo sumido en mitos y universos de evasión es un mundo en el que nos dan todo hecho, un mundo sin pensamiento crítico, libre e individual. Según esta idea de Kant, el no pensar y constantemente buscar el refugio de ideas y universos que nos vienen ya masticados por los estudios de cine nos hace vivir en un perpetuo estado de minoría de edad. Podría pensarse que la pereza generalizada de nuestra especie ha llevado a la elevación trascendental de los mitos, a vivir en un mundo vacío regido únicamente por los estándares y universos que crean para nosotros informáticos en ordenadores a miles de kilómetros, que nos alimentan y atiborran a ideas que mitificamos porque nunca hemos conocido nada más. Hemos glorificado los mitos, hemos difundido la idea de que la vida es mejor en universos paralelos mitológicos, ¿por qué? Por el conformismo social extendido que ha provocado que llevemos veintiún siglos viviendo bajo la comodidad de la minoría de edad kantiana.

Situémonos en una distopía futura en la que no hubieran existido nunca los mitos, se hubiera dado desde siempre un pensamiento lógico razonado que no miraba más allá de lo racional. ¿Existirían los mismos vínculos sociales que en nuestra sociedad? ¿Sería tan fuerte el lazo que une a personas de una misma etnia o cultura? ¿Existiría una cultura como tal? La respuesta a todas estas preguntas sería que no. En un mundo que no hubiera conocido los mitos no tendríamos conexiones interpersonales tan profundas, y nuestra cultura estaría muy limitada ya que no existirían universos paralelos en los que dar rienda suelta a nuestra creatividad, es más, probablemente careceríamos enormemente de imaginación, con abundancia mentes frías centradas de manera exclusiva en lo tangible. Ahora bien, si nos situamos en un futuro en el que los mitos y derivados –entiéndase por derivados los universos mitológicos y relatos similares- forman parte del pasado, es decir están obsoletos, seguramente habría habido una crisis de identidad a nivel global, con ciudadanos sufriendo de síndrome de abstinencia al haberles retirado su “opio”. De esta forma siendo obligados a vivir en un mundo que no conocen tanto como aquellos mitológicos a los que dedicaban horas de pantalla. Cada ser humano viéndose en la obligación de invertir más tiempo en los suyos.

En conclusión, los mitos siempre han definido a nuestra especie, y seguirán haciéndolo el tiempo que sigamos alimentando su existencia con nuestro fanatismo por universos literarios y cinematográficos. En el momento que dejaran de existir, la especie humana se vería sumida en una crisis de identidad, no sabríamos quiénes somos, qué nos define, qué nos hace ser de un pueblo u otro. Nos veríamos obligados a vivir el presente que nos toca, no el que había sido creado por nosotros para nosotros digitalmente. Quizás de esta forma empezaríamos a observar nuestro mundo más detenidamente. Quizás así, sin mitos, comenzaríamos a vivir por y para nosotros en esta realidad, dejando atrás otras que pudiéramos tener en mente procedentes del cine o libros. Quizás los mitos son la venda que nos impide ver la realidad tal como es, y quizás necesitamos que caiga para empezar a vivir.